Desde que en el año 2003 se empezaran a contabilizar los asesinatos por violencia de género en nuestro país, son más de mil las mujeres que hoy ya no están entre nosotras. Recientemente, a lo largo del mes de julio de 2019, cada dos días, un hombre ha asesinado a una mujer. Ante esta escalofriante situación, los colectivos feministas coincidimos en declarar el estado de emergencia.
Aunque los asesinatos sean la demostración más visible de la violencia que los hombres ejercen sobre las mujeres, lo cierto es que estos se sitúan al final de una cadena de la que toda la sociedad es cómplice. Desde la educación diferencial a nuestros niños y niñas hasta la normalización de comportamientos abusivos en edades tempranas pasando por la objetualización del cuerpo femenino, la impunidad de los mensajes sexistas en los medios de comunicación o la falta de crédito en los testimonios de niñas, adolescentes y mujeres.
Una sociedad que permite el maltrato y el asesinato femenino es una sociedad jerarquizada, que privilegia a la mitad de la población en detrimento de la libertad, y no en pocos casos de la vida, de la otra mitad de la población. Una sociedad que consiente el asesinato de mujeres está consintiendo, también, el asesinato de hijos e hijas por parte de sus padres, la pederastia, la trata, las desapariciones, los chantajes, la extorsión, las amenazas, el acoso, las agresiones, los abusos o las violaciones que en grupo o de forma individual ejercen los adolescentes y hombres.
La justicia ha demostrado ser insuficiente. Del triple asesinato sucedido el 16 de septiembre en Pontevedra, solo la exmujer del homicida será reconocida como víctima por violencia de género. La muerte de la madre y la hermana de esta, ocurridas en el mismo acto delictivo, exceden, según parámetros judiciales, de la realidad machista. Dicho análisis, aparte de ser pobre, demuestra que los servicios públicos no reciben una formación adecuada y que, por tanto, no son capaces de detectar la magnitud del problema. O empezamos a comprender lo estructural del machismo, cómo actúa y cuál es su alcance, o nos será del todo imposible erradicarlo.
Las mujeres somos ciudadanas de segunda: nuestras vidas no valen lo mismo que las de los hombres. Ni las mil asesinadas, ni las miles de maltratadas, ni las violadas, ni las esclavas sexuales, ni las siervas de las dobles o tripes jornadas, ni las ninguneadas, humilladas o acosadas por su sexo, ninguna de nosotras somos capaces de levantar un mínimo de empatía, de desestabilizar el sistema de privilegios, ese que otorga poderes a los hombres para decidir sobre nuestro destino, sobre nuestros cuerpos y, en última instancia, sobre nuestras vidas.
Por eso, desde los colectivos feministas gritamos que no hay tiempo, que esto es una emergencia. Que nos duelen todas y cada una de las hermanas que hoy no están entre nosotras. Que vivimos hartas de pertenecer a una sociedad que educa a los hombres en la violencia y a las mujeres en la sumisión. Que queremos construir una realidad humana, derrotar al sistema de privilegios y garantizar una vida digna para todas las personas. Que nacer mujer deje de ser, desde hoy y para siempre, un factor de riesgo.
Exigimos la responsabilidad del Estado, la implicación desde los medios de comunicación y los poderes públicos, desde los centros de enseñanza y los hogares. Pedimos, pues, el fin de la pasividad social y política. Gritamos fuerte, muy fuerte, y nos unimos al llamamiento que el movimiento feminista ha lanzado a nivel estatal. Las mujeres tenemos el derecho de vivir una vida libre de violencias machistas.